Melody se nos ha ido de las manos y es culpa nuestra. Hubo un momento para decir las verdades sin parecer revanchistas y lo dejamos pasar. No insistimos lo suficiente en que su canción era un mojón, un mojón divertido para venirse arriba en verbenas y bodas de barra libre, pero un mojón al fin y al cabo.
No le recalcamos que daba igual la profesionalidad con la que le defendiese, que ha sido intachable, porque puedes ganar Eurovisión sin una coreografía que epataría al Circo del Sol, sin un vestuario digno de la Gala del Met y hasta sin que te importe, pero no puedes ganar Eurovisión sin una buena canción y mucho menos con una canción que parece un corta y pega aleatorio de las estrofas descartadas por Gloria Trevi en 2006 para Todos me miran (que Melody interpretó maravillosamente en Tu cara me suena, un concurso que sí mereció ganar. Lo siento, Edurne, es así).
Debimos advertirle que Esa diva no iba a necesitar ninguna mano negra que le restase votos, porque además de resultar obsoleta ni siquiera tiene cierto encanto irónico. No nos atrevimos porque eso es lo que nos paralizaba, Melody es lo opuesto a la ironía. Es alguien que se toma a sí misma tan en serio como a un mandamiento, que vocaliza como si hablase en negrita, que tiene un concepto de sí misma tan elevado que, en la tensísima rueda de prensa que dio cuando le pareció y no cuando lo correspondía —porque si eres valiente y poderosa el calendario gregoriano no va contigo — fue capaz de pronunciar 187 veces la palabra “yo”; un dato que ha facilitado La familia de la tele. Luego dirán que no hacen servicio público.
Preferimos protegerla de la realidad porque en un momento de guerras, crisis políticas y desastres naturales y artificiales nos sacó de un bucle de noticias negativas y nos contagió su entusiasmo, y porque en estos tiempos líquidos en los que todo se toma a chufla, sus maneras de artista de otra época nos desarman. Hasta consiguió que sus apariciones en los lugares más insospechados, cual Wally cantora, más que cansinas, resultasen tiernas. Nos callamos porque realmente nos daba igual.
No nos importaba el resultado y no fuimos conscientes de cuánto le importaba a ella. Nosotros queríamos que fuese feliz, que cumpliese su sueño y que no se nos desnucase en la pirueta final, Y sobre todo queríamos que fuese y siga siendo ella misma, aunque tal vez no tan ella misma, solo 186 veces ella misma.