
En el salón que se encuentra junto al estudio de trabajo, un sofá vintage de Mario Bellini, una silla de Samuel Ross y una lámpara de Isamu Noguchi combinan a la perfección con un render hiperrealista, de Studio Bonsai (2024), y una réplica de R2-D2.
© Isabel Parra / Estilismo: Dorcia KelleyEl hogar de grandes clásicos del diseño
Cada habitación parece una reunión de grandes iconos. En la sala de estar del estudio, un sofá vintage de Mario Bellini se ubica junto a una lámpara Akari, de Isamu Noguchi, y a una réplica de R2-D2, el personaje de la película La guerra de las galaxias. Mientras observamos de cerca a quien su autor ha bautizado como Zoom, un busto erosionado de cuarzo del emperador romano Lucio Vero (también procedente de los moldes de los archivos del Louvre), Arsham aprovecha para hablarnos de sus nuevas pinturas, la serie Fractured Idols, que cuelgan por las paredes y en las que rostros de personajes de anime japonés se funden con los de esculturas antiguas.
Un Porsche Carrera del año 1991 en el garaje-estudio, pintado en el color Arsham Green, al igual que la escalera, el armario y la canasta de baloncesto de Tiffany & Co. hecha a medida.
© Isabel Parra / Estilismo: Dorcia KelleyVerde Arsham
Cuando se le pregunta por el origen de su color azul verdoso característico, que recubre una canasta de baloncesto de Tiffany & Co., un sistema de sonido personalizado de Devon Turnbull y varios Porsches, responde que surgió, hace aproximadamente una década, “porque necesitaba crear una identidad de marca para el estudio”. No es la respuesta trascendental que uno espera oír de un artista, pero así es él. El color Arsham Green, explica, procede del tono que brilla en el borde de un cristal roto. Tras un último paseo por el jardín, nuestro anfitrión, que reparte sus días entre esta casa, en Bridgehampton, y otra en la ciudad de Nueva York, cuenta que este lugar le está proporcionando un espacio para trabajar, cocinar y cuidar de sus montículos de musgo y arces japoneses –y también para conducir su todoterreno por la embarrada granja de un amigo–. A diferencia de los jardines zen que ha visitado en Kioto, el suyo solo permanece perfectamente cuidado durante unas horas, hasta que aparecen sus hijos, dando patadas a un balón de fútbol, o hasta que el viento sopla trayendo consigo algunas hojas de los árboles de la calle. «No me importa rehacerlo cada vez; es algo permanente y efímero”.