
A pocas horas de que comience la esperada gala de los Premios Oscar 2025, la redacción de Fotogramas se ha conjurado para elegir qué largometraje de los 10 títulos nominados a Mejor Película debería ganar y alzarse con la estatuilla dorada en esta categoría, la más esperada y emocionante de la noche que dictará a la sucesora de ‘Oppenheimer’, cuya onda expansiva coronó a Christopher Nolan en la mejor gala de los últimos años.
A falta de pitonisas, dado que las dotes adivinatorias son infinitamente menores que las ansias por debatir y debido a que ni ChatGPT ni las apuestas de última hora aseguran una fiabilidad del 100%, la redacción de Fotogramas ha convocado a 10 de sus mejores especialistas en cine para que se decanten por uno de los 10 títulos nominados al Premio Oscar a Mejor Película y defiendan, cargados de argumentos, con fervor y pasión cinéfila, por qué su elegida debería ganar la codiciada estatuilla que se entregará al final de la gala. Una cosa es segura: solo uno de los diez periodistas ha acertado…
¿Por qué tiene que ganar ‘The Brutalist’?
‘The Brutalist’ es una película diez, como diez con las estatuillas a las que aspira. Es brutal, en el sentido de formidable, colosal, enorme, extraordinaria, magnífica, maravillosa, estupenda… también desbordante. La película de Brady Corbet desborda angustia, dolor, frustración, desesperanza, humillación… a través de la vida de László Toth (interpretado por un soberbio Adrien Brody, que también merece la estatuilla). El personaje ficticio, que bien podría ser real, ideado por el propio cineasta y su pareja, Mona Fastvold (nominados al Oscar a Mejor Guion Original), es un arquitecto húngaro de ascendencia judía y superviviente del Holocausto que emigra a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial para reconstruir su vida, que pasa por sobrevivir ejerciendo su profesión y reunirse con su esposa, que se ha quedado en Europa.
Así, siguiendo su periplo de 30 años de su existencia, condensados en 3 horas y media de metraje, ‘The Brutalist’ nos habla, con libertad histórica, del brutalismo, el estilo arquitectónico que nació en la década de 1950, que se caracteriza por su minimalismo y por mostrar los materiales de construcción, hormigón y ladrillo fundamentalmente, arte en bruto. Pero la cinta es mucho más, ya que trata también, y sobre todo, de la persecución de los judíos, los campos de concentración, el sueño americano, los ideales, el poder de los medios de comunicación impresos, la capacidad transformadora del arte, el servilismo e incluso esclavitud profesional… Y ahí están Adrien Brody, a quien esta película nos lo devuelve tan inmenso como en ‘El pianista’; Guy Pearce, en la piel de un millonario excéntrico y sin escrúpulos; y Felicity Jones, que interpreta a la aguerrida y luchadora esposa del arquitecto.
Por Coral Chamorro.
¿Por qué tiene que ganar ‘Emilia Pérez’?
Entre biopics al uso, musicales de Broadway, thrillers de corte político, dramas sobre el (falso) sueño americano y reinvenciones de ‘Pretty Woman’, hay una película que ha revolucionado el panorama audiovisual desde que pusiera patas arriba el Festival de Cannes: un narco-musical trans, de nacionalidad francesa pero hablado en español, con la mejor interpretación del año (Zoe Saldaña), una gran irrupción al estrellato (Karla Sofia Gascón) y… Selena Gomez, que vale que no está a la altura de sus compañeras, pero defiende su papel de chicana que no domina el español mucho mejor de lo que tratan de hacer ver los memes que la ridiculizan.
Si hay dos palabras que definan ‘Emilia Pérez’ son valentía y riesgo, porque hay que tener mucho arrojo (o estar muy loco) para presentar algo tan distinto y, sobre todo, para que funcione de la manera en que funciona, contra todo pronóstico. Y eso hay que premiarlo por encima de fórmulas preestablecidas que, de una manera u otra, ya hemos visto decenas de veces. Los Premios Oscar ya lo hicieron con ‘Todo a la vez en todas partes’ en 2023, pero se olvidaron de ‘Pobres criaturas’ en 2024. Es un error que, como institución que busca reivindicar la evolución y la vigencia del cine contemporáneo, la Academia de Cine de Hollywood no debe repetir. Por mucho que haya polémicas extra-cinematográficas que traten de desviar la atención.
Por Fran Chico.
¿Por qué tiene que ganar ‘Dune: Parte Dos’?
Si la taquilla fuera un factor decisivo en la elección del Oscar a Mejor Película, la epopeya desértica y mesiánica de Denis Villeneuve tendría todas las de ganar. Los 15 millones de dólares recaudados en los cines de todo el mundo por ‘Emilia Pérez’, la gran favorita de esta edición con 13 nominaciones, o los 36 millones de ‘The Brutalist’, languidecen al lado del botín que ha amasado ‘Dune: Parte Dos’: 714 millones de dólares que solo la taquilla de ‘Wicked’ ha logrado superar por muy poco margen.
No obstante, si este dato objetivo resultara sesgado, oportunista o inútil a la hora de alzarse con la estatuilla más preciada de la noche, ahí queda la deslumbrante propuesta visual de la película, fascinante se mire por donde se mire, alumbrando una pieza de orfebrería cinematográfica y superando a su predecesora cuando la misión se antojaba quimérica; la narrativa épica, portentosa, inabarcable y legendaria que despierta del letargo al cine contemporáneo abrasado por las fórmulas fallidas; las contradicciones entre el deber y el querer de una historia de amor honesta, Javier Bardem abducido con ‘Lisan al Gaib’, el pasatiempo imbatible de convertir a unos gusanos de arena en la nueva línea 10 de Metro… Sirva esta retahíla de motivos para convencer a los detractores de la película protagonizada por Timothée Chalamet y Zendaya de que ‘Dune: Parte Dos’ es la última gran obra maestra del cine de ciencia ficción del siglo XXI y una de las mejores secuelas de todos los tiempos. Si los Premios Oscar fueran justos, ‘Dune: Parte Dos’ arrasaría. Y el populacho lo celebraría.
Por Javier Díaz-Salado.
¿Por qué tiene que ganar ‘Wicked’?
Si el cine es un arte que nos invita a soñar, ‘Wicked’ nos ha hecho despegar los pies del suelo. Con una puesta en escena que resplandece más que los zapatos de rubí de Dorothy y un elenco que canta, actúa y hechiza a partes iguales, la adaptación del musical de Broadway es más que una película: es un acontecimiento cinematográfico. Y es que ‘Wicked’ ha conseguido lo que muchas otras cintas solo se atreven a soñar: devolver la esencia del cine clásico en forma de película moderna. Con Cynthia Erivo entregándose a una Elphaba llena de matices y Ariana Grande transformándose en una Glinda deslumbrante, juntas elevan la historia a un nivel en el que lo espectacular convive con lo íntimo. También con unos estupendos secundarios: el irresistible Fiyero de Jonathan Bailey, el ambicioso Mago de Jeff Goldblum, la icónica Madame Morrible, la tronchante dupla que forman Bowen Yang y Bronwyn James, o Peter Dinklage convertido en una cabra docente. Solo por esto ya merece un premio.
Desde la plantación de nueve millones de tulipanes hasta la apuesta por el sonido directo (cánticos incluidos) o la construcción de escenarios a gran escala evitando el uso de CGI, ‘Wicked’ ha logrado revivir la artesanía de un cine casi perdido. Pero más allá de los apartados técnicos, su gran logro –que ya estaba presente en el musical– es el de traducir una realidad. Cuestiones tan presentes como el racismo, la corrupción política, el feminismo o la comunidad LGBTIQ+ demuestran que esto es mucho más que una tragicomedia sobre dos brujas. Un Oscar a Mejor Película sería un merecido reconocimiento a esta alegoría de un mundo en llamas, que a pesar de todo, no pierde la esperanza en un futuro mejor.
Por María Juesas.
¿Por qué tiene que ganar ‘Cónclave’?
El papa ha muerto. El trono de un ‘país’ está vacante y mil millones de almas esperan y observan… Ni que decir tiene que la intriga católica y en concreto la de la sucesión papal unida a la majestuosa iconografía, a un entorno bellísimamente aislado y a un ceremonial tan pomposo como desconocido, predisponen al ‘buen ver’. Como también lo hacen un actor de prestigio -Ralph Fiennes en estado de gracia y nunca mejor dicho- rodeado de célebres intérpretes, en un ensemble típico de las películas de catástrofes de mediados de los años 70. Cónclave de Edward Berger reúne de manera tan aparatosa como ágil toda esta magia a la que suma el dilema moral de un héroe a su pesar metido con calzador en una trama maquiavélica y patriarcal que le supera.
Si gran parte de la audiencia cinéfila vio en el desenlace un motivo para desinflar el conjunto (por otra parte, fiel al del libro de Robert Harris que adapta), nada como darle la vuelta y percibir la profunda ironía de un futuro impensable para este universo que habla de fe y camina sobre las aguas de los intereses creados. Acción, nudo y desenlace muy de cine de vieja escuela que puede ser tanto un hándicap como una ventaja dependiendo de la edad media y de las ganas de divertirse de ese otro cónclave que son los académicos de Hollywood.
Por Julieta Martialay.
¿Por qué tiene que ganar ‘Aún estoy aquí’?
El de esta película ha sido un camino difícil y lleno de obstáculo solo salvados a golpe de amor y tesón por parte de su director, el brasileño Walter Salles. Desde que en 2015 publicara sus memorias Marcelo Rubens Paiva, con el mismo título que lleva la película, el cineasta de ‘Estación central de Brasil’ y ‘Diarios de motocicleta’ quiso convertirlas en película. De hecho, desde mucho antes, porque la historia que cuenta es la de una familia a la que conoce desde que era pequeño. En su casa pasó él muchas tardes de sábado escuchando música y empapándose de un ambiente alegre e intelectual. Hasta que durante la dictadura, el padre, excongresista de izquierdas, fue detenido para no volver a aparecer.
La película cuenta la lucha de su viuda, interpretada por Fernanda Torres, también candidata al Oscar a Mejor Actriz Protagonista, por sacar a la luz la responsabilidad del Estado en esta desaparición. También para que sus cuatro hijas y su hijo tuvieran un futuro luminoso, a pesar de todo. Pero se topó con Bolsonaro, presidente de Brasil desde 2019, y ‘Aún estoy aquí’ se quedó estancada. “Silenciar la cultura es siempre la primera medida de los gobiernos autoritarios”, explica el director. Finalmente pudo rodarla, y desde que la presentó en el Festival de Venecia ha puesto de acuerdo al público y a la crítica. La suya es una película humilde y sobria, que pudiendo tirar de un dramatismo y un sentimentalismo inherente a la historia, huye precisamente de ello. La fuerza de esta película reside en la sensibilidad y precisión con la que retrata a esta mujer, revelándola poco a poco como una heroína indoblegable en su afán por conseguir justicia para la memoria de su marido y por ser una fuente inagotable de amor para su familia.
Por Laura Pérez.
¿Por qué tiene que ganar ‘Nickel Boys’?
Adaptar una novela ganadora del Premio Pulitzer puede ser un caramelo envenenado. El relato original de Colson Whitehead aseguraba al cineasta RaMell Ross y a Joslyn Barnes, su coguionista, una trama tan potente como exigente a la hora de saltar de un medio a otro. Por suerte para todos, la relevancia histórica y social de la obra ha sido subrayada gracias a la poética fotografía de un film que, en primera persona, nos sumerge en un reformatorio de Florida en el que solo la lucha por la dignidad y la supervivencia nos separan del racismo institucional en Estados Unidos.
El estilo documental de Ross remata el lirismo cinematográfico de un título al que se han entregado Ethan Herisse y Brandon Wilson, encargados de interpretar a los dos protagonistas en los que se convertirá un público que, mecido por un magnético montaje juga con el tiempo y el espacio, se verá sorprendido por su irresistible profundidad emocional. Esa mezcla de lo crudo y lo bello, de lo real y lo literario, hacen de los ‘Los chicos de la nickel’ una adaptación realmente inteligente, huyendo de la mera traslación de hechos para aportar, aprovechando el cambio de formato, una nueva pátina bucólica a una historia que no solo merece ser contada, sino que tiene que serlo al seguir resultando desgarradoramente actual.
Por Ricardo Rosado.
¿Por qué tiene que ganar ‘Anora’?
‘Anora’ merece llevarse el Oscar a Mejor Película porque, seamos sinceros, nos merecemos que este cuento de hadas imaginado por Sean Baker y vivido frente a la cámara por una deslumbrante Mikey Madison tenga un final feliz. En la crítica del film que publicamos en el número de noviembre del año pasado, Sergi Sánchez apuntaba que ‘Anora’ es “el contraplano hiperrealista de ‘Pretty Woman’, que se manifiesta cuando la fantasía se desmorona”, y ese precisamente es uno de los grandes argumentos para que se corone este domingo: es la única de las 10 nominadas que está firmamente amarrada a nuestro presente y nos habla de quiénes somos aquí y ahora. El resto se ambientan bien en el pasado (‘A Complete Unknown’, ‘Nickel Boys’, ‘Aún estoy aquí’, ‘The Brutalist’), en universos imaginarios (‘Dune: Parte Dos’, ‘Wicked’) o mundos paralelos (‘Emilia Pérez’, o incluso ‘Cónclave’ y ‘La sustancia’, relatos hipervitaminados de dimensiones alternativas a nuestra realidad).
Otra de las razones por las que se debería llevar el premio gordo: el sensible retrato que Baker hace de sus personajes, figuras de una América invisible que él pone frente a los focos en un escenario marcado por un capitalismo sin frenos –¿Qué otra conclusión podemos sacar de que en todos sus films sexo, dinero y poder sean elementos inseparables?– en el que su compromiso con los menos favorecidos es evidente. Pero sobre todo porque es una historia de amor, de dolor y alegría que nos pone frente al espejo y nos obliga a sentir, como ese desgarrador final en el que Ani –¿podemos darle el Oscar a Madison aunque sea solo por esa escena?– despierta de ese sueño.
Por Roger Salvans.
¿Por qué tiene que ganar ‘A Complete Unknown’?
Los biopics no atraviesan su mejor momento, pero ‘A Complete Unknown’ cuenta con el mayor distintivo de calidad: aprobada y celebrada por el mismísimo Bob Dylan. Y en este caso, a pesar de las quejas por su narrativa clásica y falta de extravagancia, no necesitamos experimentos formales o conceptuales como en ‘I’m not there’: simplemente queremos conocer la gestación del éxito de este genio, y su director, James Mangold, lo relata a la perfección.
James Mangold, como ya hiciera en el biopic de Johnny Cash con Joaquin Phoenix, ha vuelto a demostrar su astucia al tirar de talento joven, esta vez de Timothée Chalamet, niño prodigio en sus inicios y vilipendiado según abrazaba franquicias. Pero sus ‘haters’ acérrimos, muchos de ellos fanáticos del compositor, han tenido que postrarse ante su recreación de Dylan. ¿Acaso no existe mayor prueba de fiabilidad? Según pasa la película, crece Dylan y desaparecen Bobby y Timothée, enterrados ambos con los manierismos del artista, el pelo cada vez más rizado, y la correspondiente transición desde lo terrenal hacia lo estelar del mito, cambiando alguno de sus harapos iniciales por el ‘flow’ de quien sembró un estilo. “Quiero ser uno de los grandes”, dijo Chalamet al recoger el SAG Awards, e interpretar perfectamente a Dylan es jugar en las grandes ligas.
La música, magistralmente interpretada por el elenco, y presente en cada rincón, en cada habitación, en cada escenario, es otra de las grandes bazas de la película. Y no se centra únicamente en la escalada musical de Bob Dylan a través de sus brillantes letras desde sus inicios ‘folk’ de músico cuasivagabundo hasta la cima de sus primeros acordes eléctricos, sino que regala las voces de otros referentes de entonces como Pete Seeger, padrino de Dylan y resucitado de manera excelsa por Edward Norton, así como de Joan Báez y Johnny Cash. Cada uno deja perlas generacionales para empaparse más en los acordes que en el salseo de las relaciones. Porque la dupla femenina Monica Barbaro/Elle Fanning, encarnando a Joan Báez y Suze Rotolo (en la película, Sylvie) respectivamente, magníficas ambas y oscarizable Barbaro, demuestran su importancia en la vida del Dylan más libertino, pero sin desviarse en ningún momento de la senda musical hasta el mítico concierto de Newport que lo cambió todo.
Por Borja Santos.
¿Por qué tiene que ganar ‘La sustancia’?
Globo de Oro a la Mejor Actriz para Demi Moore, Mejor Guion en el Festival de Cannes, récords históricos con su estreno en Movistar Plus+ y Filmin… No ha hecho falta que pasen años para que ‘La sustancia’ se haya convertido en un fenómeno de culto instantáneo. Y no solo por el arriesgado tratamiento estético con el que Coralie Fargeat envuelve el poderoso mensaje de la película y que homenajea obras maestras como ‘El resplandor’, ‘Videodrome’ o ‘2001: Una odisea en el espacio’.
La valentía de Demi Moore en su transgresor y desacomplejado comeback, junto con la solidez de Margaret Qualley en una de sus mejores interpretaciones, convierten a la cinta en la mejor opción para alzarse con la estatuilla, siempre y cuando no quede eclipsada por el fenómeno ‘Emilia Pérez’, que amenaza con alzarse como una de las protagonistas de la noche… por otro de los comeback más esperados: el de Karla Sofía Gascón. En su contra (no para nosotros, pero sí para la Academia), hay que recordar que el género de terror suele ser el gran olvidado de la noche de los Oscar.
Por Juan Silvestre.
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