Cuando Billy Wilder aterrizó en Estados Unidos por primera vez en 1934, quedó fascinado por la cultura y el estilo de vida americanos que tanto le habían obsesionado durante años, cuando visionaba de manera incesante las producciones hollywoodienses en Europa. Antes de llegar allí, durante su juventud, el director había dado los suficientes tumbos como para tener otras referencias con las que compararlo: de su pequeña localidad polaca natal, se trasladó a Viena para completar sus estudios universitarios; allí se destacó como un prominente periodista de crónica negra, y su amistad con el músico de jazz americano Paul Whiteman le llevó hasta Berlín, donde se ganó la vida en el mundo del espectáculo antes de tener que huir a París tras el ascenso de Adolf Hitler, debido a sus orígenes judíos. En la capital francesa, Wilder dirigió su primera película, ‘Curvas peligrosas’ (1934), y poco tiempo después de la finalización del rodaje, abandonó Europa junto al actor húngaro Peter Lorre.
Cuando llegó a Hollywood a mediados de la década de los 30, el director malvivió en un apartamento compartido con el propio Lorre, con pocos recursos económicos y un visado a punto de expirar. Sin embargo, Wilder consiguió trabajo como guionista para los estudios Paramount gracias a su excelente habilidad de redacción y su impresionante ingenio. Allí conoció a Charles Brackett, un novelista al que comparaban con F. Scott Fitzgerald, que se ganaba la vida como guionista cinematográfico y con el que Wilder formó un exitoso tándem. La pareja literaria llevó a cabo de manera conjunta los libretos de algunas obras maestras del Hollywood de la época como ‘Ninotchka’ (1939), dirigida por el maestro de Wilder, Ernst Lubitsch, que les supuso a ambos su primera nominación al Oscar en la categoría de Mejor guion original, ‘Medianoche’ (1939), de Mitchell Leisen, o ‘Bola de fuego’ (1941), de Howard Hawkes. Cuando a comienzos de la década de los 40, Billy Wilder retomó su faceta como director para Paramount Pictures, Brackett continuó colaborando con él en los guiones de algunas de sus películas más aclamadas como ‘Cinco tumbas al Cairo’ (1943) o la fantástica ‘Días sin huella’ (1945), por la que ambos ganaron el Oscar, estableciéndose como los más prominentes guionistas del momento en Hollywood.
Mansiones, divas olvidadas y un cadáver narrador: el origen de ‘Sunset Boulevard’
Tras abrazar el éxito en la industria cinematográfica, Wilder pudo dejar definitivamente atrás sus problemas económicos y caminar por las calles de la meca del cine tal y como imaginaba que algunas décadas antes lo habían hecho las estrellas cinematográficas de la época dorada del cine mudo que él tanto había idolatrado. Durante uno de estos paseos por la mítica avenida Sunset Boulevard de Los Ángeles, que atraviesa Hollywood y Beverly Hills, el director polaco reparó en las enormes mansiones que decoraban la avenida a ambos lados, inoculando en él el germen de una poderosa idea para su próximo proyecto. Sunset Boulevard siempre estuvo ligada a la cultura cinematográfica, ya que el primer estudio que abrió sus puertas en Hollywood fue en esta avenida, que además poco después se convertiría en el lugar de moda predilecto para las celebridades del star-system. Cuando Wilder visualizó sus opulentas residencias, divagó sobre las desenfrenadas vidas de los primeros intérpretes que se instalaron en la avenida durante la década de los 20, cuando los contratos cinematográficos y los salarios de los intérpretes eran exageradamente desorbitados. Sin embargo, muchas de aquellas casas todavía continuaban en aquel momento habitadas por algunas de las antiguas estrellas, quienes en la mayoría de los casos no se habían podido adaptar a las innovaciones del cine sonoro.
Wilder le comentó a Brackett la idea que le había surgido tras paseo por Sunset Boulevard, y ambos comenzaron a definir vagamente la historia para un guion basado en una antigua diva de Hollywood de la que el público se había olvidado. No obstante, el proyecto no enderezó el rumbo hasta que en el verano de 1948 el dúo de guionistas contrataron los servicios del periodista de la revista ‘Life’, D. M. Marshman, con quien ambos habían quedado gratamente sorprendidos tras leer algunas de sus ingeniosas reseñas. Marshman fue quien introdujo en el libreto al personaje principal de Joe Gillis, un joven guionista que tras huir de unos tipos a los que les debía dinero, acaba adentrándose por casualidad en una vieja mansión, aparentemente abandonada, que se encuentra habitada por una antigua celebridad de Hollywood.
Un primer borrador del guion inacabado, de tan solo sesenta páginas de extensión, fue mostrado a los directivos de la Paramount, quienes dieron luz verde al proyecto. Fue entonces cuando comenzó un arduo proceso de casting. Para el papel principal de Norman Desmond, la diva cinematográfica caída en el olvido, Wilder barajó un innumerable abanico de nombres cuyas historias personales podían asemejarse a la de la protagonista de la película. De este modo, la primera opción para el papel fue Mary Pickford, la actriz más popular del mundo durante la década de los años 20, que había acumulado una inmensa fortuna por su trabajo en el cine mudo y quien vivía recluida desde su retiro en Pickfair Manor, su impresionante mansión de Beverly Hills. Wilder y Brackett se trasladaron hasta allí, con el propósito de convencer a Pickford de aceptar el papel que supondría su regreso triunfal al cine, pero la actriz quedó horrorizada a medida que avanzaban en la trama del guion, a causa de los paralelismos que el personaje guardaba con su propia vida, además del hecho de tener un romance en pantalla con un hombre muchos años más joven que ella, algo que fue tomado como una insolencia. Finalmente, ambos se disculparon antes de marcharse y descartarla como una opción real.
Tras este primer intento infructuoso, la pareja de guionistas se reunió con Greta Garbo en su mansión de Los Ángeles, quien había anunciado su retiro definitivo del cine poco menos de una década antes, pero la diva tampoco mostró ningún interés en volver a ponerse delante de las cámaras. A ella le siguió otro interminable carrusel de candidatas que fueron descartadas para el papel: la actriz de comedia Mae West quiso reescribir sus propios diálogos tal y como habitualmente había hecho durante toda su carrera, y ante la negativa de Wilder, argumentó que se sentía demasiado joven para dar vida a una antigua estrella del cine mudo; Pola Negri fue contactada vía telefónica, pero el pronunciado acento polaco que la hundió con la aparición del cine sonoro continuaba siendo un gran escollo; y Mae Murray presentaba visibles trastornos causados por la delicada enfermedad mental que padecía.
Finalmente, el director George Cukor le propuso a Wilder el nombre de su amiga Gloria Swanson, antigua estrella del cine mudo cuya carrera había terminado, como la de muchas otras en la industria, con la transición al cine sonoro. Swanson había sido una de las principales bazas comerciales de la Paramount durante la década de los 20, donde compartió pantalla con estrellas como Rodolfo Valentino o Lionel Barrymore, convirtiéndose en una glamorosa diva de gustos exquisitos, que en su época álgida llegó a alcanzar la descomunal cifra de un millón de dólares al año, y cuya agitada vida sentimental acaparaba las portadas de la prensa sensacionalista. Pese a haber sido nominada al Oscar a la Mejor actriz principal durante la primera edición de los Premios de la Academia, el cine sonoro despedazó su carrera y la hizo retirarse de la industria a la temprana edad de 35 años. Si bien todos estos detalles la hacían encajar a la perfección en el rol de Norma Desmond, Swanson no interrumpió por completo su carrera artística, ni se aisló en su casa como una ermitaña, sino que continuó trabajando en radio y televisión. Los primeros contactos con la actriz fueron positivos, pero todo estuvo a punto de irse al traste cuando Wilder le pidió una prueba de cámara, algo a lo que Swanson se negó, ya que consideraba que una estrella de su magnitud no necesitaba hacer ningún tipo de prueba. Finalmente, fue convencida por el propio Cukor de que accediese a realizarla, y consiguió el papel.
Para elegir al actor protagonista que interpretaría a Joe Gillis, Wider y Brackett también tuvieron que enfrentar algunas dificultades. La primera y única opción del director era Montgomery Clift, quien aceptó el papel para, dos semanas antes de iniciarse el rodaje, romper su compromiso y dejar a la producción en una situación delicada. El joven actor argumentó que el papel de Gillis, que mantenía un romance con una mujer mayor que él, se parecía en exceso al que había interpretado un año antes en ‘La heredera’ (1949), de William Wyler, algo que le resultaba poco convincente. Sin embargo, se rumoreó que el motivo real de la renuncia fue el romance que el actor mantenía en aquel momento con la famosa cantante y actriz Libby Holman, que le superaba en edad por más de quince años, y a quien el hecho de que su amante interpretara el papel de Gillis le causaba un enorme rechazo.
Tras su renuncia, Wilder contactó con Fred MacMurray, que rechazó el papel alegando no tener ningún interés en interpretar a un gigoló. Se presentaron otros nombres como los de Gene Kelly, a quien los estudios Metro-Goldwyn-Mayer se negaron a ceder a otra compañía de la competencia, o el de Marlon Brando, quien fue descartado por ser todavía un actor demasiado desconocido para el gran público en aquella época. Finalmente, Wilder y Brackett tuvieron que echar manos a alguno de los actores disponibles con contrato en vigor con la Paramount, y se decantaron por William Holden, con quienes en un principio no quedaron plenamente convencidos. Holden había tenido un debut ilusionante en la industria a comienzos de los años 40, pero con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el actor decidió pausar su carrera y alistarse en el ejército. Aunque su desempeño interpretativo tras la finalización del conflicto bélico había pasado muy desapercibido, Wilder acabó aceptándolo como protagonista principal por la enorme ilusión que el actor había mostrado por el papel.
Hollywood se mira en el espejo: rodaje, escándalos y legado de una obra inmortal
De este modo, dio comienzo el rodaje de la película con el guion todavía incompleto. La historia seguía al escritor Joe Gillis, quien de manera accidental descubre la casa de Norma Desmond, una ex estrella de la industria cinematográfica que presenta visibles problemas psicológicos, y que vive aislada y alejada de la realidad. A través del chantaje, la malograda actriz hace que el escritor se instale en su mansión, contratándolo para que perfeccione un guion que supondrá su triunfal regreso al séptimo arte, y convirtiéndolo en su amante. La narrativa de la película presentó algunos innovadores elementos, como por ejemplo, la idea de que el narrador del filme esté muerto, algo que años más tarde sería adoptado por otras producciones como ‘Dead Man’ (1995), de Jim Jarmusch, o ‘American Beauty’ (1999), de Sam Mendes. El trasfondo de la película contenía una mordaz y despiadada crítica hacia Hollywood, poniendo el foco en cómo la industria cinematográfica era capaz de exprimir los talentos de sus intérpretes, para más tarde despedazarlos y deshacerse de ellos cuando ya no les eran rentables. Durante todo el rodaje Gloria Swanson se sumergió en el rol de Norma Desmond, incluso fuera de escena. Según su propia hija, cuando la actriz regresaba por las noches a casa tras las maratonianas jornadas de trabajo, lo hacía actuando como su personaje en la película.
Para proporcionar el mayor realismo posible a la historia, Wilder y Brackett incorporaron innumerables referencias en el guion, además de apostar por aclamados cameos de algunos de los rostros más conocidos del cine mudo como el director Cecil B. Demille, el comediante Buster Keaton, el actor británico H. B. Warner, la actriz sueca Anna Q. Nilsson, o la columnista Hedda Hopper. Mención aparte merece el cineasta de origen austriaco Erich von Stroheim, quien interpreta el papel de Max von Mayerling, el mayordomo personal y ex marido de Norma Desmond, quien durante su etapa más brillante se había encargado de dirigir la mayor parte de su filmografía. Este detalle guardó nuevamente cierto paralelismo con la historia real, ya que von Stroheim había sido un prominente director cinematográfico en la etapa del cine mudo, que se había encargado de filmar numerosas películas de Gloria Swanson durante sus años de mayor plenitud, pero que finalmente terminó cayendo también en el olvido tras la explosión del cine sonoro. Von Stroheim fue reconocido como uno de los directores más maltratados por los estudios cinematográficos, y sus obras fueron mutiladas durante el montaje en un gran número de casos.
La Paramount alquiló una enorme mansión en Sunset Boulevard, que había sido construida a comienzos de los años 20, para los rodajes exteriores, mientras que los interiores fueron reconstruidos en un estudio. La casa había pertenecido al cónsul mexicano, y tras su muerte, estuvo abandonada durante unos años hasta que fue adquirida por el magnate petrolero J. Paul Getty, quien tras un abrupto divorcio había tenido que cedérsela a su exmujer, que fue la responsable de cederla en alquiler para la filmación de la cinta. Para la banda sonora de la película se contrataron los servicios del experimentado compositor alemán Franz Waxman, colaborador frecuente de Alfred Hitchcock con el que Wilder ya había trabajado en Europa, durante la filmación de su primera película, y a quien el propio director consideraba junto al húngaro Miklós Rózsa el mejor compositor cinematográfico de la historia. Waxman realizó un fino trabajo en el que tuvo como principales referencias la obra de Stravinsky, así como sonidos del blues o el jazz.
Durante el preestreno, su feroz crítica del star-system hollywoodiense hirió las sensibilidades de algunas viejas glorias que habían asistido al evento, como Mary Pickford, quien visiblemente afectada huyó tras la finalización de la sesión, o el poderoso empresario y productor Louis B. Mayer, quien acusó colericamente a Billy Wilder de deshonrar a la industria que le había encumbrado. No obstante, su más que satisfactorio desempeño en taquilla y un apoyo firme de la crítica hicieron que la película optase a nada menos que once nominaciones en la 23º edición de los Premios Oscar, sin embargo finalmente solo pudo alzarse con tres estatuillas, en las categorías de Mejor dirección artística, Mejor banda sonora de drama o comedia, y Mejor guion original para el trío formado por Wilder, Brackett y D. M. Marshaman. La consecución de este último premio resultó irónica, ya que tras la finalización del rodaje, Wilder había decidido poner punto y final a su asociación con Charles Brackett, a causa de una acalorada discusión que ambos habían mantenido por sus diferentes visiones en el ámbito creativo, algo que sin duda, pilló por sorpresa y dejó muy descolocado a su colega. A partir de entonces, Wilder le sustituyó por el escritor rumano I. A. L. Diamond, con quien comenzó una larga y prolífica colaboración.