Caruso y la IA

Caruso y la IA

El sonido se lo llevaba el viento hasta finales del siglo XIX, cuando Edison inventó, junto al fonógrafo, el cilindro, el primer soporte capaz de almacenar audio de toda la historia. Poco después se produjo una guerra de formatos, y los cilindros dejaron paso al disco y al gramófono, pero las primeras grabaciones que se conservan están almacenadas en estos tubos que al principio se recubrían de estaño y después, de cera. Tenían algunas ventajas, como facilitar las grabaciones caseras, ya que el mismo aparato que servía para reproducir se usaba para grabar. También tenían algunos poéticos inconvenientes: cada vez que se escuchaba, el surco de la cera se borraba un poco más, hasta desaparecer para siempre.

Los artistas de la época no sabían si ese nuevo invento les iba a favorecer o no. Todo iba muy rápido, y se estaban improvisando sobre la marcha conceptos como derechos de autor, copia única, reproducción en masa, discográfica o productora. A Nellie Melba, la mítica soprano australiana, le espantó tanto la grabación de su voz sobre un cilindro que dijo “nunca más” a esos “chirridos y rasguños” y mandó destruir todas las copias. Tardó ocho años en volver a meterse en un estudio. El gran tenor polaco Jean de Reszke accedió a grabarse en disco, pero quedó tan insatisfecho con el resultado que prohibió su distribución. Si existieran, las copias supervivientes serían el “Santo Grial” de las grabaciones, dice Wikipedia. Después llegó Caruso, que entendió mejor el poder de la nueva tecnología. En abril de 1902, grabó 10 discos en un hotel de Milán a cambio de solo 100 libras esterlinas, pero con derecho a recibir un porcentaje de las ventas posteriores. Fueron best sellers mundiales. Caruso se hizo rico y se convirtió en el cantante más famoso del mundo, la primera gran estrella de la incipiente industria discográfica. Melba escribiría más tarde en sus memorias que, en su opinión, su voz era menos sofisticada que la de Reszke. Pero mientras de uno existe un registro abundante, del otro apenas queda un hilo de voz en algún cilindro de mala calidad. A partir de entonces, la música ya no ocurriría necesariamente en vivo, pero, a cambio, se democratizó. La radio llegó y ya no hubo vuelta atrás.

Las primeras grabaciones españolas en cilindros se conservan en la Biblioteca Nacional. Algunas de ellas, de hecho, se pueden escuchar en el podcast de ficción Mnemósine, que la institución acaba de publicar para difundir esta parte del patrimonio cultural tan desconocida. Pensando en esos años decisivos de fonógrafos y gramófonos, imaginé que el mismo debate que existe hoy sobre la inteligencia artificial se ha vivido de otras maneras en otros momentos de la historia. Sigue sin estar claro si a largo plazo pesan más los derechos de los autores o la popularización de la cultura que conlleva una tecnología disruptiva. Es posible que, como Reszke o Melba, estemos perdiendo el tiempo con detalles técnicos, como las alucinaciones, que estarán resueltos en poco tiempo. Queda la duda eterna de si es posible oponerse al progreso, y la pregunta de quiénes serán los Caruso y cuáles las empresas que sabrán aprovechar la encrucijada para asentar su poder durante décadas. Y, al contrario, quiénes serán arrasados por la combinación de innovación y mercado. No todo son similitudes. Esta vez todos somos los creadores, porque la inteligencia artificial (IA) usa nuestros datos y obras para alimentarse, y nadie nos está ofreciendo por nuestras voces ni siquiera 100 libras y una promesa.