
“¡Otra vez Melody!“, les estoy oyendo, me llegan hasta aquí los ecos de su hartazgo, me despeina el resoplido que han lanzado cuando ha visto el titular. Entiendo su dolor, que es el mío, pero si seguimos escribiendo sobre Melody es porque ustedes hacen clic en los artículos que hablan de Melody, cada insustancialidad generada por la diva valiente y poderosa se ha colado sin esfuerzo entre los contenidos más leídos. Les interesa Melody, por ejemplo, más que el excelente artículo sobre un diario íntimo de la escritora estadounidense Joan Didion, cuya inminente publicación abre un interesante debate sobre el derecho a la intimidad de los muertos. La cosa no puede tener más enjundia, pero ustedes han preferido cliquear las banalidades de Melody, si es que les va la marcha.
Les decía hace una semana, cuando tras su desplante a La revuelta, se anunció que visitaría El hormiguero, que siete días son demasiados para nuestra atención menguante y que haber si nos seguíamos acordando de Melody cuando visitase a Motos. Pues resulta que este miércoles, a la mujer más deseada por todos los programas, le robó el protagonismo otra diva que también canta lo suyo y que puede ser “socialista y periodista”, pero no “fontanera ni cobarde”. Es apasionante la capacidad de algunas personas para hablar con frases de tote bag. Después de la matrimoniada de Leire Diez y Aldama, Melody parecía un prodigio de contención, pasiflora para el alma. Lo que se preveía como la segunda explosión del Etna ha sido una noche en el spa.
La visita empezó desgranando su intrahistoria, cómo se fraguó la entrevista, una entrevista gratuita, ella no estaba allí por dinero y Motos no le va a pagar 150.000 euros, como afirmaban algunos rumores maliciosos. Con parné por medio o no, y para evitar que se repita la faena, RTVE se marcó una “cláusula Melody” que impedirá que los futuros representantes de Eurovisión vayan a engordar el share de la competencia.
No faltaron en El hormiguero tampoco las pullitas a la realización impuesta por RTVE, ella prefería haberse estrellado con su propuesta y no con una impuesta. Acabáramos. Probablemente, a Lydia tampoco le gustase aquella horripilante bandera multicolor de Agatha Ruíz de la Prada con la que la vistieron cuando quedó la última en el 99, pero en Eurovision no concursan los cantantes, sino las televisiones, algo que todos tienen a olvidar. La letra pequeña es minucia para los artistas de una pieza.
Melody era esta noche la segunda mujer más satisfecha de España por tener una cámara enfocándola y no defraudó, fue ella misma porque es imposible que prefiera ser cualquiera otra persona. “Puedo gustar más o gustar menos, pero nunca ha querido hacer daño a nadie”, soltó, y el público aplaudió furibundo, “Y si soy folclórica, ¿hay algún problema?”. “Soy de España y me encanta como soy”, apostilló, porque las frases de tote bag son ilimitadas, y a los espectadores ya se les despellejaban las palmas. Pero a ver quién puede resistirse. Cuando Melody dice “mi país” yo me cuadro. Melody dice España y sabes que no se queda fuera de ese España ni un centímetro cuadrado de la piel de toro.
Sus tablas en El hormiguero contrastaron con el gesto mohíno en la rueda de prensa de RTVE, como si aquella no fuera nuestra Melody, que nos la hubiesen cambiado. Comodísima en el plató, bromeó con que había sido “tercera, empezando por detrás” y esta es la diva que habríamos querido ver a la vuelta de Basilea, la que reacciona con gracia ante algo a lo que en su país, que es el nuestro, estamos acostumbrados: a quedar en los últimos puestos en Eurovisión. Lo que nos pillan de sopetón son los chanelazos, eso no sabemos gestionarlo.
Melody evita las palabras técnicas sobre Israel
Motos no quiso esquivar otra de las polémicas adyacentes al festival, tal vez la principal, desafortunadamente. Nos dicen cuando de niña cantaba El baile del gorila que algún día íbamos a necesitar su opinión acerca del conflicto entre Israel y Palestina, y todavía nos estamos mondando. “Yo no puedo hablar mucho de ciertos temas porque yo no soy política, yo soy artista, soy cantante. Hay muchas palabras técnicas que yo no uso en mi día a día”, culebreó, aunque dejando claro que estaba en contra de las guerras y el hambre. Se agradece. Motos no se anduvo con tantas chiquitas y afirmó que estaba contra del genocidio y contra las víctimas en Gaza, porque no todo el mundo le tiene miedo a las palabras técnicas.
Como el presentador sabe que eso es El hormiguero y no Antena 3 Noticias, recondujo rápido la cosa a su terreno: “¿Hay mucho folleteo en el concurso?”, preguntó. Ella no había ido a eso, faltaría más, estaba a su arte y lo único que se trajo su cuerpo de Eurovisión fueron 20 contracturas, pero no hay dolor, que decía Rocky Balboa, ella se debe a sus fans porque “el artista sin el público no es nada ni nadie”. No hay tela para tanta frase que pide impresión.
La de Dos Hermanas pone toda la carne en el asador porque es una artista de los pies a la cabeza, no como otros que lo son de los pies a la rótula o como mucho al esternón, y repitió esa voltereta que nos tuvo al borde del soponcio en Eurovisión, y como bonus track, le enseñó a un Motos con peluca (y un inquietante parecido con Leire Diez) los secretos del helicóptero, ese broche capilar que la noche del festival nos engoriló más que un gol de la selección en el último minuto de la prórroga. Si es que Melody nos tenía en el bote. Mantuvo la sonrisa hasta cuando una hormiga con sombrero cordobés le cantó “Una pizza es crujiente o esponjosa, es una masa plana a la que le ponen cosas”, a ritmo de, adivinen, Esa diva.
He escuchado a una hormiga cantar, sí, ahora déjenme soñar que alguno de ustedes que no conocía a Joan Didion se ha quedado con su nombre y tal vez mañana se acercará a su librería favorita a buscar algo suyo. Si lo hacen, no les defraudará. Ella también era una diva, a pesar de que en su jardín había muchas más espinas que rosas.